Caminando
con tu hijo
¿Cuál
es mi objetivo en la educación de nuestros hijos?
La
educación tiene muchas posibilidades.
La
realidad social ha cambiado mucho. Antes los padres tenían muchos hijos, ahora
los hijos tienen “muchos padres”.
Si
enfocamos por la vía económica, ¿hasta dónde hay que llegar?
Si
enfocamos por la vía afectiva, ¿cuál es el límite emocional?
Si
enfocamos por la vía de las competencias ¿cuántas clases particulares hay que
poner?
Si
enfocamos por la vía de las relaciones sociales ¿con cuántas personas hay que relacionarse?
Las
preguntas en la educación son muy diversas. Vamos a abordar la educación
emocional y su influencia.
Como
siempre os aconsejo un video. Los minutos que aparecen más abajo los
destacaremos en el encuentro que tengamos.
(minuto 14.30 )
(minuto 25.50 a 31.30)
Glosario
·
Afectividad:
capacidad por la que nos sentimos afectados, interpelados, llamados por lo que
nos rodea, y respondemos a ello.
·
Emoción:
Una alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va
acompañada de cierta conmoción somática.
·
Emociones
primarias. Son aquellas comunes a todos los
seres humanos, con independencia de la cultura y educación, y están presentes
desde el nacimiento: alegría, miedo, ira, tristeza, aversión o asco, sorpresa y
desprecio.
·
Sentimiento:
Una experiencia más prolongada en el tiempo, estable, y generada por diversas
circunstancias. En los sentimientos media la conciencia y personalidad. Las
emociones preceden a los sentimientos.
·
Estado
de ánimo: Es más vago o impreciso, no tiene
una motivación clara, tiene menos intensidad y más duración que las emociones.
Hay rasgos de personalidad asociados a estados emocionales (hay personas
tristes, alegres…).
·
Afecto:
Sentimiento de carácter positivo, sinónimo de cariño.
Función
de las emociones. ¿Cómo influyen en
nuestra vida? ¿Cómo están llamadas a
influir?
Las
emociones cumplen una serie de funciones esenciales para nuestra vida
y cada una de ellas tiene un propósito. La
clave es descubrir, adecuadamente acompañados, cuál es y qué misión tiene cada
una de las emociones Se trataría de saber qué nos aportan y qué sentido
tienen, en general y cada una, dentro de la relación del hombre con la realidad
y también cómo el hombre tiene que actuar ante cada una de ellas. Podríamos sintetizar de este modo las funciones de
las emociones:
·
Informativa/valorativa.
Nos dicen cómo es la realidad, amenazante, ilusionante, llena de peligros o
posibilidades.
·
Predispone
a la acción. Toda emoción exige algún tipo de respuesta. Nos empuja a tomar
decisiones.
·
Comunicativa.
Expresa a los demás cómo estamos, y lo que significan para nosotros. Cumple una
función relacional.
·
Aprendizaje.
Influyen claramente como potenciadores o inhibidores en la adquisición y
retención de conocimientos y aprendizajes. Por otra parte, cada emoción cumple
una misión.
La emoción supone la implicación y
cambio en los siguientes niveles:
o Fisiológico:
Las emociones las vivimos en el cuerpo (cambios en la actividad del sistema
nervioso, en la presión sanguínea, en las secreciones hormonales, en el ritmo
de la respiración…). Existe una parte específica del cerebro, el sistema
límbico, encargado de procesar las emociones. Se desarrolla antes del
nacimiento, por lo que podemos hablar de experiencias emocionales fetales.
o Cognitivo:
Como hemos indicado, la emoción es fruto de un proceso de valoración,
inicialmente más inconsciente y una vez vivida la emoción, se puede dar uno más
consciente.
o Conductual:
La emoción predispone a la acción. Exige una respuesta. También la emoción se
expresa en gestos, posturas, tono de voz, mirada… Las expresiones faciales de
las emociones son idénticas en todas las culturas e indican algún mecanismo
genético innato facilitando un lenguaje corporal universal que permite
compartir la riqueza del mundo interior.
La
experiencia emocional puede hacer que
determinados acontecimientos vividos nos influyan tanto como para que se
constituyan en hitos de la historia personal, claves en el desarrollo de
nuestro talento. Existe una memoria emocional en la que queda grabada nuestra
historia personal como experiencias positivas o negativas (con todos los
matices que puedan implicar). Puede influir en la toma de decisiones, en la
autoestima y en la seguridad en las propias capacidades (si una vez al leer en
público nos trabamos y lo vivimos con vergüenza, es probable que la siguiente
vez que lo hagamos nos sintamos inseguros).
Pero ¿qué ocurriría si no tuviéramos
emociones? No podríamos sobrevivir, no detectaríamos el peligro, nuestra vida
estaría vacía de pasión y de ilusiones, no tendríamos motivación, interés…
¿ES USTED
UN ANALFABETO EMOCIONAL?
Conocer los
sentimientos de los demás incrementa nuestra capacidad social. Hay niños que
desde pequeños caen en la cuenta de que el otro está triste, y le ofrecen su
amistad y su apoyo; o cuando su padre o el profesor está muy irritado, tiene
cuidado de no irritarlo más. Tener esta capacidad significa estar alfabetizado
emocionalmente, saber leer los
sentimientos ajenos y expresar los propios.
Identificar
sentimientos o emociones
Las personas
emocionalmente sensibles saben distinguir entre sentimientos agradables, como
la alegría, la paz, el sentirse querido, el entusiasmo, etc., y los
desagradables, como la tristeza, el odio, la desesperación, los celos, etc.
Miedo,
vergüenza y culpa
Es interesante
reflexionar sobre ciertos sentimientos, muy frecuentes en nuestras vidas. Vamos
a analizar algunos de ellos.
El miedo es algo desagradable que sentimos cuando percibimos un peligro
más o menos inminente, y sentimos el deseo de escapar.
La vergüenza nos produce ganas de
escondernos o desaparecer cuando otros pueden ver un fallo nuestro o descubrir
algo que queríamos mantener oculto.
Estos sentimientos son normales. En cambio, el sentimiento de inferioridad, a consecuencia de una
imagen constantemente negativa de sí mismo, produce un desánimo general o
estados de ánimo cercanos a la depresión. Es importante percibir esto en los
hijos y tratar de remediarlo, mediante "terapias familiares"
sencillas (darle ánimos, hacerle ver aspectos positivos, hacerle tener éxitos,
etc.) o con ayuda de especialistas en los casos más profundos o prolongados.
El
sentimiento de culpabilidad no es algo negativo, como hoy día se pretende presentar.
Avergonzarse de sí mismo es señal de que se siente uno responsable, de que ha
hecho algo mal. Ese sentimiento, si es sincero, llevará a la buena acción de
reparar el daño hecho. Hoy día, en cambio, se presenta el mal moral como un
"error", o "equivocación", como si fuera un despiste mental
o una táctica equivocada. Es algo más que mental o estratégico y tratar de
cubrirlo con palabras no es bueno para la persona. El mal moral existe y si no se reconoce y se purifica con la
sinceridad, va dañando a la persona interiormente. Otra cosa es el
sentimiento permanente e injustificado de culpabilidad, neurosis personal, que
habrá que tratar clínicamente.
El deseo
y el capricho
Es interesante
también hablar con los hijos de la diferencia entre el deseo y el capricho. Desear tener algo o estar insatisfecho
por no tenerlo, es normal. Pero los caprichos son deseos injustificados y
ansiosos de lograr cosas innecesarias. Muy importante también hablarles sobre
lo negativo de la envidia, que es ponerse triste e irritado por el bien de otra
persona, y la consiguiente satisfacción cuando esa persona falla o pierde unos
bienes materiales o unas cualidades personales.
El
orgullo
Hay un orgullo
sano que es el de sentirse satisfecho
por los actos valiosos o la propia dignidad de la persona. Está muy
cerca de la verdadera humildad, que es la verdad, como decía Santa Teresa de
Jesús. Pero la soberbia negativa lleva consigo el sentimiento de
superioridad, el desprecio de los demás y el ansia de ser continuamente
estimado como el mejor, el más simpático, el más ingenioso, etc. Esta soberbia puede jugarnos malas pasadas.
Hablar con los
hijos, sacar el tema acerca de estos sentimientos, comentar sus diferencias, lo
que llevan consigo o sus causas, es un paso muy importante para ayudarles a reconocerlos y a ser capaces de
afrontarlos y dominarlos.
AYUDAR A
CONTROLAR LAS EMOCIONES
Otra acción
educativa familiar será enseñar, o al menos ayudar, a controlar los
sentimientos o emociones negativas, las que nos causan problemas sociales y de
trabajo. Como en otros temas educativos, está el nivel de la que hemos llamado
"terapia familiar", consejos e intervenciones sencillas, pero
prudentemente otorgadas y dosificadas. Y está también el nivel de los
especialistas, a los que se debe acudir cuando lo familiar fracasa, las
situaciones se alargan o empeoran.
Controlar
la ira
La ira puede ser normal
y sana, por ejemplo, la que se siente ante un
abuso de derechos propios o ajenos. No hablamos aquí de ella, sino de la cólera
"inadecuada", según lo dicho anteriormente. Pues bien; hay remedios
caseros para "curarla", no faltos de sentido común y eficacia. El más
clásico es el de "contar hasta diez" antes de reaccionar cuando uno
está airado.
Hay gente a
quien le va bien hacer ejercicio, pasear o nadar, cuando siente un ataque de
cólera. Pero en cambio no parece
positivo, como algunos pensaban, ponerse a golpear la mesa o las cosas que
están cerca, pensando en la persona que nos la ha provocado; o hacer ejercicios
violentos o verlos en la televisión, intentando así "descargar"
nuestra ira.
Controlar
el miedo
Dijimos que hay
miedos normales, como pasar al atardecer por donde hay unos perros extraños
sueltos, o tirarse a la piscina desde una cierta altura. Los que hay que tratar
de reducir son los "miedos irracionales" que obstaculizan nuestra
vida normal (miedo a volar, a un ascensor, a entrar sencillamente en una habitación
oscura, o la obsesión angustiosa de tener una enfermedad o que le pueda pasar
algo a alguien sin motivo aparente). Muchos niños padecen estos miedos en
largas temporadas, entorpeciendo seriamente sus relaciones personales y su
trabajo escolar.
También encontramos estrategias sencillas o familiares para
desmontar esos miedos. Relajarse muscular y mentalmente, respirando con calma.
Hay ejercicios musculares para ello, y ejercicios mentales, como pensar en
momentos agradables pasados o posibles en el futuro. Evidentemente, en los casos de fobias
profundas o permanentes, que impiden a los hijos llevar una vida social y
escolar normal, habrá que consultar a especialistas, que, por cierto, en estos
temas suelen ser bastante eficaces.
El tiempo y la tolerancia
a la espera
(Vamos a seguir unos
pasos a modo de ejemplo para abordar el tema de la espera a través de las
preguntas que aparecen)
Los niños y las personas
mayores no tenemos la misma vivencia del tiempo. Por dos razones fundamentales:
la referencia vital –no son lo mismo cinco minutos en relación con cuatro años
de vida que con cuarenta- y la desorientación que provoca la falta de
referencias horarias. Un niño pequeño nunca sabe cuánto tiempo ha pasado ni
cuánto falta. El desconocimiento y la desorientación les dificultan la
tolerancia.
·
¿Nos damos cuenta de la importancia de ayudar a los
niños a anticipar lo que se tienen que hacer con tiempo de antelación? ¿Les
damos tiempo para terminar lo que estén haciendo?
Poder anticipar la
sucesión de las cosas y la conciencia del paso del tiempo son las referencias
que nos permiten a los adultos adaptarnos mejor a su paso imparable y a la
aceptación de los límites horarios. Saber con tiempo que se acaba el tiempo
permite prepararse material y anímicamente, y tener un comportamiento adaptado
a la situación. Los niños lo tienen más difícil, no solo por la inmadurez
emocional, sino también por la inmadurez intelectual; por el desconocimiento y
la desorientación temporales.
·
¿Les damos información necesaria que les permita
organizarse con autonomía? ¿Les podemos dar referencias para que se puedan
orientar por sí solos?
El desconocimiento crea
dependencia del adulto que sabe, y la dependencia crea malestar e inseguridad.
Los niños adoptan conductas de oposición no solo porque no les gusta que les
manden, sino por el hecho de no ser protagonistas de su vida y por su necesidad
de autoafirmación.
·
¿Les permitimos elaborar recursos para que puedan
sentir la satisfacción de no depender de otros y de hacer lo que ellos saben
que deben hacer (las agujas del reloj, la campana del despertador, música
indicadora…)?
Las actitudes no son
innatas, se aprenden. Se aprenden del modelo, consciente o inconsciente, de los
padres y educadores y del refuerzo positivo que reciban en la interacción con
su entorno. Es muy difícil que una criatura aprenda a ser tolerante si vive en
un entorno intolerante, que aprenda a respetar si su entorno no se respeta ni
se hace respetar.
·
¿Son nuestras actitudes las que queremos que aprendan
nuestros hijos?
De todas formas, los
niños también tienen que sentir y que aprender que los padres y educadores
tienen autoridad sobre ellos. La educación más democrática que queremos dar no
debe hacer olvidar que niñas y niños necesitan pautas y límites que les protejan
y orienten sobre lo que pueden hacer y cuál tiene que ser su relación con los
adultos. La falta de límites provoca inseguridad y desorientación, que, a su
vez, generan malestar y, a menudo, agresividad contra la persona que no tiene
la autoridad que el niño necesita. La exigencia de los niños generalmente
responde a una confusión de papeles originada por la falta de autoridad.
·
¿Sabemos poner límites o solo los ponemos cuando
perdemos la paciencia?
DESDE
LA REALIDAD
EDUCAR LA FE EN LOS HIJOS.
El
Papa Francisco desarrolla la conocida frase “el tiempo es superior al espacio”(EG, 222), que el Papa propone, en la Exhortación
Apostólica ‘Evangelii gaudium’, como uno de los principios que
caracterizan la acción evangelizadora.
El tiempo es siempre
superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio,
proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza (Lumen Fidei57).
El contexto del
principio es, pues, el de la esperanza y la relación entre el presente y el
futuro.
En muchas
ocasiones, podemos confundir la evangelización de los propios hijos, con ver en
un determinado tiempo los resultados de nuestros esfuerzos como padres a la
hora de transmitir la fe.
La
evangelización de los hijos, al igual que la educación, se produce en un tiempo concreto, es decir, en un
contexto personal, evolutivo y social determinado. Podemos ver que nuestros
hijos desarrollan ciertos hábitos o creencias a nivel de fe a través de ciertas
acciones como la asistencia a misa o realizar la comunión o determinados actos
que explicitan la fe. Sin embargo, pasado ese momento o en otro ambiente
nuestros hijos no muestran aquellas actitudes o creencias que habíamos pensado
se habían consolidado.
Esta situación
nos puede producir desesperanza o desanimo en la labor realizada.
El Papa
Francisco, aplica en este punto el principio comentado de que el tiempo es
superior al espacio. Para los cristianos este es un principio básico.
Los planes de
Dios son superiores a nuestros espacios vitales. Dicho de otra manera, el
cristiano actúa en la esperanza.
Dios
se ha revelado no solo en un tiempo sino también en lugares determinados. Pero
la misma dinámica de la revelación empuja a todo lugar, superando la lógica de
la singularidad del espacio, porque en esos lugares concretos comenzó un proceso
que, a través de la respuesta libre del hombre, está destinado a alcanzar todos
los pueblos hasta los confines de la tierra (cf. Mt 28,19).
Dicho modo de
actuar debe ser el paradigma del obrar cristiano que, en cuanto apóstol,
siempre debe salir de su tierra hacia las periferias, siempre tiene que dejar
la seguridad de los espacios para seguir a su Maestro que sigue caminando en el
tiempo.
La
evangelización de los hijos, nos lleva a abandonar nuestros espacios de confort
de fe. Transmitir la fe a los hijos es salir hacia unos nuevos espacios, pero
sabiendo que el fruto de nuestra labor no depende de un tiempo o edad
determinada. El tiempo, es decir, la acción de Dios a través de la historia de
las personas, dará lugar a que lo sembrado en un contexto determinado surja en
un tiempo posterior.